Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos;  y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:  «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.  Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.  Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.  Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.  Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.  Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.  Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.  Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.  Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.  Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
 

Mt 5,  1-12

       

 Distinguir entre pobreza y miseria. La miseria es carencia, hace daño.

La pobreza es la capacidad de reconocer que todo es un don recibido, que no somos propietarios de nada. No sentirse esclavos de los bienes. Ser agradecidos a Dios por todos los bienes y dones recibidos.

Los pobres son bienaventurados, afortunados, dichosos, por la vida eterna que les espera.
Podemos sufrir persecuciones (ironías, desprecios, calumnias,  burlas,  ...)
Si no somos sobresaliente en todas las bienaventuranzas, al menos debemos aprobar en todas.