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No atesoréis para
vosotros tesoros en la tierra, donde la
polilla y la carcoma los roen y donde
los ladrones abren boquetes y los roban.
Haceos tesoros en el cielo, donde no hay
polilla ni carcoma que los roen, ni
ladrones que abren boquetes y roban.
Porque donde está tu tesoro, allí estará
tu corazón. |
† Mt 6, 19-23 |
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† El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?». Ellos le responden: «Sí». Él les dijo: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo». |
† Mt 13, 44-52 |
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¿Dónde está nuestro tesoro? ¿qué buscamos y donde lo buscamos? ¿Buscamos en nuestro interior? ¿Construimos en nuestro corazón?. Cuando todo se destruye alrededor, queda el amor de Dios, somos ciudadanos del cielo.
Nuestros tesoros, lo que más valoramos, si son tesoros mundanos:
poder, riqueza, fama, prestigio, etc. mueren con nosotros. |